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Cuando el pasado suena mejor roto: el revival oscuro de Ballet Mecánico en ‘Primera secuencia’

Aunque desde hace una década Fernando Pinzás ha sido el cerebro sonoro de Varsovia, banda peruana de post punk electrónico con culto propio en Sudamérica, es recién ahora —bajo el alias de Ballet Mecánico— que presenta su primer trabajo en solitario: Primera Secuencia, un álbum de pop sintético, nocturno y emocional que parece mirar hacia atrás, pero sin retroceder. No es una recreación de museo. Aquí no hay disfraces: hay intuición, archivos sentimentales puestos a bailar entre las ruinas. Cada pista abre una rendija por donde se filtran la historia personal, la rabia acumulada y una necesidad urgente de reconectar con lo físico sin abandonar la conciencia.

El vinilo, editado por el sello independiente Buh Records, inicia con “No Cederé”, una pieza eléctrica de resistencia afectiva donde la voz de Susana Fátima se proyecta firme, casi como una advertencia. Le sigue la bruma melancólica de “Rosa era inocente”, con Laura Rosales, que va mutando entre loops rotos y un dramatismo latente. En “Mascarilla”, la ironía glitch se apodera de la escena con la intervención vocal de Luxsie, mientras que “Como la última vez”, junto a Noelia Cabrera, abraza la vulnerabilidad sin disfrazarla de hit. Cada colaboración parece haber sido elegida con precisión quirúrgica para acentuar una emoción distinta, y esa riqueza emocional se amplifica en “La ciudad de los incendios”, donde la presencia vocal de Elva Cío y los sintes pesados convierten el tema en una distopía bailada. “En la ciudad de cielo negro algo por fin está cambiando”, dice una voz en medio del asfalto. Hay peso. Hay tensión. Y sin embargo, también hay ritmo.

El punto de inflexión es “La memoria es un acto político (No hay perdón ni olvido)”, donde Kat Kathia pone en primer plano la relación entre política, cuerpo y sonido. En “Fábricas del miedo”, Anabhell lanza una intervención punk desde la garganta, como si cortara con cuchilla un muro de sintetizadores. Luego llega “Testamento”, con la aparición etérea de Luminiscencia, que no solo baja el tempo, sino que introduce una suerte de pausa existencial antes del cierre: un remix de “No Cederé” a cargo de Italoconnection, donde el brillo es trampa y la pista de baile se convierte en un laberinto de reflejos.

Pinzás no entrega un álbum perfecto ni lo pretende. El sonido está vivo, por momentos rugoso, por momentos frágil. Las texturas sintéticas conviven con decisiones emocionales que priorizan la expresión sobre la precisión. Lo que mantiene unida a esta arquitectura sonora es la humanidad que emana de cada voz, cada ruido residual, cada silencio intencionado. No hay frialdad tecnológica. Hay decisión.

Primera Secuencia no se limita a revivir una estética: propone un modo de sentir el pop desde las ruinas del presente. Es una exploración oscura pero vital de lo que puede ocurrir cuando el cuerpo se mueve no para olvidar, sino para recordar. El álbum se planta en esa grieta entre pasado y porvenir, y desde ahí pulsa algo profundamente real. No es nostalgia, es confrontación con lo que somos ahora. Y pocas cosas resultan más contemporáneas que eso.


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