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Una grieta en la sal: La resistencia poética de Compson en el videoclip de «Sedimento»

Algunos artistas se agotan cuando creen que ya lo dijeron todo. Carlos Compson parece operar justo en la dirección contraria: mientras su álbum Espuria continúa respirando bajo la superficie del rock peruano contemporáneo, él regresa, escarba, reordena, tensiona su propia obra y la somete a una nueva lectura visual con Sedimento, una de sus piezas más densas y febriles. El videoclip —dirigido con precisión pero sin grandilocuencias por David Macedo— extiende el cuerpo de la canción hasta convertirlo en un espectro que camina entre la sal, el polvo, la desolación. Como si la propia geografía boliviana necesitara algo de su oscuridad interna para sentirse plena.

La decisión de rodar en Uyuni no es anecdótica ni decorativa. El salar y su geología quebrada proyectan en la pantalla lo que la letra apenas puede sugerir con palabras. El despojo, la inmovilidad, la esperanza erosionada. En ese silencio blanco, cada figura humana parece menos un personaje y más una grieta: una fractura emocional que avanza entre las fisuras del paisaje. Compson se desplaza —a veces literalmente, a veces como sombra— en busca de lo que queda después del derrumbe, y la canción le responde con texturas apagadas, distorsiones que no se explican sino que se sienten, bajos que se arrastran como si no quisieran despertar a nadie.

Este videoclip no reinventa la canción, pero sí la revela. “Sedimento” es una de esas piezas que parecen haber sido escritas desde el final, desde donde ya no hay retorno. Y al hacerla dialogar con un espacio real —ajeno, imponente, inhóspito—, Carlos Compson logra intensificar su efecto sin alterar su naturaleza. No hay picos dramáticos ni resolución emocional: lo que hay es espera, erosión, quietud que retumba. El clip no acompaña la canción, sino que la desgarra y la abre, la expone a una nueva intemperie. Y en ese gesto hay algo radical: la voluntad de no dejar que su propia obra repose en la comodidad de lo ya hecho.

Ese gesto no es aislado. Compson parece haber asumido que sus canciones nunca están completas, que lo grabado no es una sentencia sino un borrador extendido. Y así, mientras muchos artistas corren hacia el futuro a ver quién estrena primero, él regresa a lo que ya escribió y lo reconfigura, como quien se resiste a soltar lo que aún no ha dolido del todo. Esa obstinación —que en otros sería reciclaje— en Compson funciona como un acto de fe: la de que algo dicho una vez puede decirse mejor, más hondo, más cruel, más real.

Cuando “Sedimento” termina, no hay una sensación de cierre. Más bien queda una especie de eco quieto, como si las imágenes se negaran a irse del todo. No es que la canción vuelva a nacer, sino que se ensancha. En un mundo que desprecia lo lento, lo contenido, lo sin consuelo, Carlos Compson insiste en lo contrario. Y esa insistencia, por sí sola, ya vale la pena.

Escucha aquí ‘Espuria’:


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