Anticuerpo nace como un umbral. Con él, Naid Cruz se despide de un ciclo en Perú y abre las puertas a un nuevo horizonte en Los Ángeles. No es un disco que busque fórmulas fáciles: es un mapa de sonidos que respira desde la electrónica experimental y lo electroacústico, un espacio donde lo invisible se vuelve audible y lo íntimo se deja sentir.
El álbum fue tejido durante dos años entre Cusco, el Valle Sagrado y Lima. En esas geografías se mezclaron voces, cuerdas y vientos de músicos como Jorge Puma, Rut Colque, Canto Villano, Fernanda Salinas y Fernando del Águila. Naid asumió el timón de la producción, mezcla y masterización, mientras el sello Yllu acompañó con la portada: una pared que se convirtió en espejo de todo el proceso creativo.
Las canciones son fragmentos de emociones expuestas al aire. “Siento que he dejado aflorar emociones y me he visto desnuda en el disco. Es bastante personal y en principio tenía esta vergüenza de soltar un trabajo que me deja bastante vulnerable”, confiesa la artista. Lo que escuchamos es un recorrido por el duelo, la alegría, la fragilidad y el amor, atravesado por un lenguaje sonoro que no se deja atrapar.
Algunos pasajes guardan la intensidad de lo inesperado: una improvisación en Cusco junto a Canto Villano, la pieza Él como ofrenda íntima a la ausencia, o la imagen silenciosa de una pared que se volvió compañía durante la escritura del disco. Cada gesto suma un rastro de honestidad al relato.
Sobre Naid Cruz
La historia de Naid no empezó aquí. En 2024 sorprendió con el EP El Zorro de Abajo y luego con Olivia y Mi Línea de Flotación. Ese mismo año llevó la poesía de India Escribe a la música en Florecen Armas en Mi Voz. Más tarde, junto a la chilena Cijka, creó la serie Una persona que no se deja llevar por el ruido debe hacerse cargo de sí misma, publicada por Yllu en ediciones limitadas.
Hoy, instalada en Los Ángeles, su intención es expandir este universo hacia nuevos públicos y formatos físicos como el vinilo. Anticuerpo no solo marca una transición en su carrera, también reafirma la música como un lugar de memoria y resistencia, donde lo experimental se convierte en refugio y en ruta.
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